lunes, 29 de noviembre de 2010

Recopilacion de obras de Jose Antonio Dominguez


A JUTICALPA


Cinco años hoy hace mi pueblo adorado,mi tierra nativa, mi Patria Ciudad,que el hado inclemente de ti me ha alejado y cruel me ha vedad o volverte a mirar.Cinco años que vivo sediento de verte,pues no hallo placeres ni dicha aquí y en vano yo busco bonanza a mi suerte pues nada me advierte que será de mí.Cual pobre viajero perdido y sin guía cruzando ignoráis vastísimo erial y al cruzo infelice la vida sombría y en vano alegría pretendo encontrar.Los sueños hermosos que mi tiempo formara,mi loco entusiasta felíz corazón,tan solo quimeras que en vano pensar a que un día lograr a su realización.Sumido en mi eterna, profunda tristeza,recuerdo la dicha que en ti desperté y pienso con ansia que mi alma embelesa,correr con presteza y a ti me volver.Más ¡ay! Imposible, no sé cuándo pueda tu cielo, tus montes, tu río, mirar,no sé cuándo el hado por fín me conceda tu ambiente de nuevo,tu aliento aspirar.Cada año que paso de ti siempre ausente parece un siglo de rudo sufrir,sin verte se agobia, se abate mi frentey el alma presientefatal porvenir.¡Oh ciencias! ¡Oh estudios! Brindadme un consuelo mis horas de hastío trocad en placer,habladme del alma, del mundo, del cielo y en plácido anhelose esparza mi ser.Prestad a mi pecho valor y constancia en tanto que pasan con lento cruzar,los días, los años, el vértigo, el ansia que da la distancia que engendra el pesar.Si en cambio de afanes ¡Oh pueblo que amo!obtengo por fruto saber e instrucción,no importan mis penas, ni importa mi llanto que en este tesoro tendré galardón
 

10 de Mayo 1887 .









Dominguez, J. A. (febrero de 2010). 

Poemas: La Musa heroica y Hojas

La Musa Heroica

Si quieres que tu canto digno sea
de tu misión, del siglo y de la fama,
no derroches el estro que te inflama
en dulce pero inútil melopea.

Lanza las flechas de oro de la idea;
depón el culto de Eros y proclama
otro mejor; la lucha te reclama:
yérguete altivo en la social pelea.

No enerves tu vigor con el desmayo
del femenil deliquio; ya no es hora
de lágrimas y besos; doquier mira:

Hoy la estrofa compite con el rayo,
la inspiración es lava redentora y clava
en manos de Hércules la lira.


Hojas

En la hoja de algún libro, sepultada,
para que pase así de gente en gente,
deja el genio la idea que en su mente,
brotó como la luz de una alborada.

Y el héroe que tras épica jornada
triunfar hizo a su ejército valiente;
de la historia en una hoja refulgente
deja un rastro con la hoja de su espada.

Más, lo que me sorprende y acongoja
es ver que, al que en una hoja se eterniza
se da también por galardón una hoja.

Pues la gloria que tanto preconiza el hombre,
que como árbol se deshoja, en la hoja
de un laurel se sintetiza.






Cadalso, E. P. (1960).

domingo, 28 de noviembre de 2010

Poemas en la Revista Ariel, entro los años 1960-1970










Revista Ariel, 10.

Libros donde podemos encontrar Información y poemas de José Antonio Domínguez






Nenúfares

Nenúfares tristes en que se aduna
la angustiosa nostalgia con el reproche,
y que bajo los pliegues de hermosa noche
flotáis en las linfas de azul laguna.

Nenúfares tristes que a la importuna
 luz clara de Febo cerráis el broche,
y abiertos se os mira cuando en su coche
por un campo de estrellas pasa la luna.

Nenúfares tristes que entre las olas
un perfume grato dais a los vientos
que temblando besan vuestros corolas.

Así como vosotros son mis amores,
Nenúfares tristes y macilentos,
Abiertos en la onda de los dolores.




Cadalso, E. P. (1960).

AMOROSA

En José Antonio Domínguez no se nota la influencia del llamado modernismo que se iniciaría en 1880 a 1890, que llego a su plenitud con Rubén Darío en 1896, cuando este publicara su libro Prosas Profanas,  que pudiera llamarse el breviario de los nuevos aedos en el mundo de habla española. 

El verso de Domínguez es de factura clásica y conserva en su plenitud el ritmo  de sonoridades fastuosas de Zorrilla, de Espronceda, de Quintana, dentro del más puro romanticismo, que era pauta lírica de la época.
Es indudable que Domínguez, tierno y sensitivo hasta el delirio, fue victima, de una pasión amorosa, en su temprana juventud, pasión que culminaría en una incurable decepción, la cual acaso le alejó para el resto de sus días, de todo contacto pasional, asqueado de la vida, arrebujado en un negro pesimismo.

Vease en seguida su soneto AMOROSA , que es un dechado de romanticismo puro, un expresivo mensaje de refinamiento y delicadeza, un homenaje que se deshoja, como un madrigal a los pies de la amada.

Yo   te he visto en esa hora fugitiva
                                                         en que la tarde a desmayar empieza,
doblar cual lirio enfermo la cabeza,
la cabeza adorable y pensativa.

Y entonces, más que nunca, sugestiva,
se ha mostrado a mis ojos tu belleza,
como en un claro-oscuro de tristeza
con palidez de luna que cautiva.

Y es que en tu corazón antes dormido,
el ave del amor ha hecho su nido
y entona su dulcísimo cantar.

Y al escucharle, en ondas de ternura,
languidece de ensueños tu hermosura
como un suave crepúsculo en el mar.




Pineda, J. L. (1986).

Poema: ADIOS

Si el astro rey de libertad se apaga
que da a las almas del honor la vida;
si se eclipsa tu sol, Patria querida,
y sucede a la luz la noche aciaga.

Si el crimen prevalece y se propaga
su influencia corruptora y corrompida;
si en ti tan solo el desconcierto anida
y el exterminio a la honradez amaga.

Si todo ha muerto en ti, si ya ni aliento
de incorporarte en tu desdicha tienes
y está tu suelo para mi maldito...

Yo de ti Patria a mi pesar me ausento,
y hasta que luzca en tus radiosas sienes
la augusta libertad, seré proscrito.



Imagen de  la Revista Ariel:



bibliografía:
ADIOS. (abril 1965)

Himno a la Materia

¡Oh, materia sublime, eterna y varia,
que con el gran prodigio de tu esencia
y el arcano infinito de tus formas
como madre perenne, siempre joven
a quien su propia fuerza fecundara,
llenas la inmensidad del Universo
y eres causa y efecto misterioso
de cuantos seres bullen y rebullen
con aspecto de vida en los espacios,
desde los vastos mundos y los soles
que por la noche brillan como antorchas
suspensas en el éter cristalino,
hasta los invisibles infusorios
que habitan en miríadas y millones
en el fondo irisado de una gota
de rocío...!

¡Oh, prolífica y sagrada
materia que en el vasto mecanismo
de la augusta creación tienes tu imperio
de onmímodo poder, y a todas horas
ordenas y ejecutas por ti misma
las leyes admirables que presiden
la vida universal, diversa siempre
del coro de criaturas que en ti nacen
y a ti vuelven al fin: obras perfectas
en cuanto cabe serlo en lo infinito,
que ora inmensas cual moles desmedidas,
ora medianas, ora imperceptibles,
de ti el cuerpo reciben y el aliento
que sujeta sus órganos y hace
que cumplan por lo menos el destino
de nacer y morir!

¡Salve mil veces
oh, materia infinita y soberana!
De la que surge sin cesar creadora,
ordenándolo todo con maestría,
la fuerza, ese milagro portentoso,
especial de alma-mater de tu seno
que incontrastable, inteligente y pura,
cual si Dios mismo su poder rigiese
produce los fenómenos más grandes,
combina los agentes más fecundos,
da vida a los primarios elementos
y organiza la vida de los seres
que brotan de los mundos, de igual modo
que hace que giren éstos en sus órbitas,
por la atracción tan solo suspendidos
alrededor del sol!

En ti reside,
de ti dimana y hacia ti refluye
la vida universal que no se agota
y es como inmenso genesiaco río
que al recorrer su seno lo fecunda,
porque lleva en sus ondas la simiente
de que brotan en mágicos regueros
las vidas de que surgen nuevas vidas,
que al llenar su misión dejan el germen
de nuevos seres que al vivir difunden:
porque en el laboratorio de lo creado
en tanto que unos mueren otros nacen
y la vida se extiende y se derrama
buscando nuevos moldes y por último
se transforma y renace de la muerte
cual fabuloso Fénix.

¡Oh, materia!
Tú eres lo único eterno; tú no acabas:
tú no aumentas, tú no disminuyes:
eres principio y fin de cuanto existe;
de ti depende todo y a ti torna.
Eres la misma aunque diversa siempre,
pues tu esencia suprema, indestructible,
es tan compleja y a la vez tan una
que recorre una escala interminable,
de formas, de organismos y de vidas,
y en labor incesante por doquiera
renueva sus creaciones y persiste
esparciendo destellos de sí misma
que encarnan nuevas vidas cual si fueses
¡oh, materia! alma y vida del gran todo
llamado Creación.

Tú solamente
no has tenido alborada ni podrías
tener jamás ocaso. Cuanto alienta
lo mismo en lo pequeño que en lo grande
está sujeto al tiempo: vive y muere:
es decir, se transforma y en ti queda:
pues la vida del ser solo es fenómeno
de resplandor fugaz. Los mismos
soles y los mundos de fábrica tan sólida
tienen su fin; tras incontables años
llega el día en que extinto su calórico
giran en los espacios insondables
cadáveres helados e insepultos,
en tanto que quizás en otros cielos
nuevos mundos se forman donde pronto
brotarán nuevos seres.

¡Oh, prodigio!
Mas si la vida individual es breve
y pasa como sueños y luego se hunde
en la noche espantosa del olvido,
no es así la vida universal. En vano
la muerte apaga con su helado aliento
las llamas de la vida una tras otra.
Una vida en verdad es casi nada;
pero el conjunto inmenso de las vidas
que forman el vastísismo Universo
eso es algo magnífico y grandioso
que no puede abarcar el pensamiento,
que no puede extinguir soplo ninguno,
que a todo cataclismo sobrenada
y en inmortal cadena se prolonga
llenando lo infinito.

Lo que el hombre
llama muerte y la teme a cada instante,
es solo una apariencia, un accidente
que prepara ¡oh, materia! tus desechos
a nuevos organismos, sin que pueda
amenguar el poder de tus creaciones
porque previsto se halla y mucho sirve
en el plan colosal de sus sistemas.
La muerte para ti solo es acaso
como un abono que te das a ti misma
tal vez por mantener ágil e incólume
de tu vigor el germen patentísimo;
o quizás como un baño en cuyas aguas
rejuveneces tus gigantes miembros
por cuyas venas corre siempre nueva
savia de eternidad.

La muerte nunca
destruye, ni podrá de modo alguno
la más mínima parte de tu masa;
ella es quizá el agente más activo
que en el taller más inmenso de los seres
esparce los raudales de la vida
que de ti mana en incansables ondas.
Ella no mata; en realidad divide,
y separa elementos que bien pronto,
al combinarse en prodigiosas mezclas,
dan vida inesperada y repentina
a extraños organismos que se forman
como por ley fatal, pero que es siempre
la providencia eterna de las cosas
que también es corono deslumbrante
de sus grandes virtudes.

¡Oh, materia!
Sin duda cuando creas y transformas,
cuando enciendes la antorcha de una vida
o cuando apagas esa antorcha, no haces
ni bien ni mal: o al menos no meditas
tan extraños efectos que anonadan
la obscurísima mente de los hombres;
reside en ti la perfección suprema
de la inconsciencia que por ley divina
bajo el influjo de potentes causas,
lo mismo crea un mundo prodigioso
que da vida a un insecto. Eres hermosa,
eres sublime cuando das la vida
lo mismo que al quitarla en apariencia
sin que te importe a quién.

¿Sabes acaso
que el hombre, ese pigmeo miserable,
te desprecia creyéndose en la tierra
el rey de lo creado, un ser distinto
y superior a ti, que tiene un alma
en donde se concentra lo infinito
y eterno de las cosas, viva chispa
que no puede morir; porque su origen
arranca del aliento luminoso
del divino arquitecto de los mundos
del que sacó del fondo de la nada
el principio de todo, el caos mismo,
que al condensarse y adquirir contornos
te dio el cuerpo y la vida que trasmites
a cada ser que en la extensión vacía
se despierta a vivir?

¿Has hecho caso
jamás de sus abstrusas ambiciones,
engendros del delirio de su mente,
que a comprender no alcanza cosa alguna
de cuanto encierra el panorama espléndido
de la naturaleza que es tan solo
como un movible espejo de sus formas
diseminadas infinitamente
por los incalculables horizontes
apenas escuchados, porque nunca
la ciencia humana explorará el misterio
de tu extensión ni encontrará la clave
que la ayude a explicarse los enigmas
que ve por todas partes, ni siquiera
conocerá la esencia milagrosa
del átomo más leve?

El hombre iluso,
nacido del calor de tus entrañas
e hijo tuyo a toda hora, no comprende,
no quiere comprender, que su existencia
es como todo lo que alienta y vive
en la esfera del orbe, solamente
el resultado de fatales fuerzas
que por virtudes propias al fundirse
producen el fenómeno que informa
la gran vitalidad de un organismo;
no comprende que salvo la excelencia
de ciertas facultades que requieren
medios propios en él para externarse,
su vida se equipara por completo
a la de tantos seres multiformes
que como él también viven.

No comprende,
en su orgullo satánico engreído,
que su vida es levísima burbuja
que el roce más ligero despedaza;
no comprende que él es menos que un grano
de arena que se pierde y se confunde
en las inmensidades de un desierto:
átomo del océano infinito
que se piensa ¡oh blasfemia inexorable!,
imagen del Dios mismo. ¿Acaso ignora
que hay en el éter incontables mundos
superiores mil veces a la Tierra,
mundos que han de poblar sin duda seres
más perfectos que el hombre, ya en figura,
ya en fuerza y en facultad o porque tengan
más nobles atributos?

Pobre hombre,
infeliz individuo condenado
a ser el habitante de un planeta
de los más inferiores que gravitan
en el éter azul de lo insondable,
alrededor de un sol, como si fuesen
enormes colibríes revolando
en torno a inmensa flor. El hombre vive
sobre un planeta opaco y pequeñísimo
donde la vida es corta y sin objeto:
gusano miserable que se sueña
muchas veces gigante, y por desdicha
despierta de su sueño de locura
para caer en seguida en otro sueño,
y así pasa entre sombras y quimeras
hasta que muere al fin.

¿Acaso tiene
misión alguna individual el hombre?
¿No es verdad que a pesar de cuanto digan
sobre la triste tierra el hombre pasa
en perpetua niñez y luego se hunde
en la tremenda noche inescrutable,
sin dejar ni la huella de su paso,
porque implacable con su mano el tiempo
todo lo borra al fin? ¿Cuál es entonces
el destino del hombre? ¿Por qué vive?
¿A qué viene a este valle de miserias
si no es a perpetuar sin proponérselo
su propia imagen que al vivir prosigue
en la misma ignorancia, fatalmente
trasmitiendo la vida sin pensarlo
a nuevos infelices?

¡Ah!, la vida,
la vida individual es para el hombre
una cosa tristísima: hasta es justo
dejar que el pensamiento se solace
soñando nueva vida tras la tumba.
¡Es tan triste vivir breves momentos
para morir después, que a ser posible
fuera mejor exterminar la especie
e impedir que el dolor la perpetúe
vedándole al amor reproducirse!
¡Ay, infeliz del que por suerte cae
en el círculo odioso de la vida,
porque juguete de inclementes hados,
irá sin rumbo padeciendo siempre
hasta hallar su sepulcro...!

Mas, con todo
a pesar de que el mundo de los hombres
no nos brinda la dicha ni podemos
hallar un alto fin que satisfaga
nuestra osada ambición, es indudable
que el mundo, el Universo, cuanto existe
si no nos dan felicidad alguna,
tal vez porque jamás nos conformamos,
son un bello espectáculo, una cosa
tan grande, tan magnífica y sublime
que muchas veces sin quererlo el labio
lleno de admiración se abre entusiasta
para entonar un himno laudatorio
al estupendo autor de tanto hechizo,
de tanta maravilla incomprensible
y de tanto esplendor.

Cuando extasiado
contemplo la hermosura de un paisaje,
en la hora misteriosa del crepúsculo,
o admiro por la noche el firmamento
constelado de ardiente argentería;
cuando absorto y suspenso me divago
recordando en mi espíritu el efecto
de los mágicos cuadros que a mi vista
llenaron de estupor, ya en pleno bosque,
ya en las cúspides altas, o bogando
sobre el dorso del mar; yo me deleito
con transportes de gozo indefinible;
yo me alegro en verdad de la existencia
para ver y sentir, y dentro del alma
encontrar la certeza de algo grande
que eleva el corazón.

Cuando así pienso,
cuando el escepticismo se adormece,
a través de la fe yo miro el mundo
como amable mansión y hallo la vida
en conjunto de todos los hermanos
como un vasto taller de donde surgen
para la sociedad inmensos bienes,
el progreso constante, el noble imperio,
de la fraternidad, la dicha misma
brindando su porción a cada uno;
todos unidos en grandioso anhelo
cumpliendo algún destino se figuran
ver a Dios que les ve tras de las nubes
y les sonríe como padre amante
con entrañable amor.

Pero todo eso
es sólo un espejismo de la mente;
todos los seres que lo creado encierra
sólo somos visiones muy fugaces.
Todo fenece al fin, la vida es sueño
que se pierde entre dos noches abscuras.
La muerte misma es ilusión. Tú sola,
oh, materia grandiosa e ilimitada,
persistes sobre todo eternamente.
¿Eres hija de Dios? ¿Eres Dios mismo?
Yo no sé que eres tú, ni a ti te importa
que yo crea o que dude. Inexorable
y muda a mis preguntas permaneces
como si fueses sorda e insensible,
¿Qué le importa al coloso formidable
lo que piense una oruga?

Tú sin duda
no debes ni pensar. No te hace falta
porque tus pensamientos son acciones.
Eres tan grande, en realidad tan grande,
que delante de ti todo es pequeño.
Y pensar que muy pronto, yo si acaso
soy átomo que piensa porque vive
dejaré de alentar para perderme
y fundirme en tu seno hecho partículas
que la combinarse han de dar vida luego
ora a viles insectos y gusanos,
ora a yerbas y arbustos al mezclarse.
¡Pensar que este fenómeno radiante
de mi vida infeliz ha de extinguirse
cual si no hubiese sido!

¡Qué tristeza!
El hombre es en la tierra cual sonámbulo
que dirige fantástico destino
o torpe acaso sin razón ninguna;
mas, no les escarnezcamos, que no es justo:
su desgracia fatal no es culpa de nadie;
pues nada en realidad es malo o bueno.
Por eso resignado y conmovido,
yo te canto, ¡oh, materia despiadada!
Eres monstruo a la vez que santa madre;
mezcla de sombra y luz; conjunto inmenso
donde todo comienza y todo acaba
como en terrible mar. ¡Salve mil veces
cuna y sepulcro de los mismos astros!
¡Digna obrera de Dios!: ¡mil veces salve!

Bitácora del Párvulo. (12 de mayo de 2010).





Biografia

Jose Antonio Dominguez , nacio en la ciudad de Juticalpa, Olancho  en 1869, falleciendo en  la misma ciudad en 1903. Autor del Himno a la Materia  y otros poemas. Hizo estudios de Bachillerato en la Capital de la Republica,ingreso despues a la Universidad Nacional, donde obtuvo el titulo de Licenciado en Jurisprudencia y Ciencias Politicas. Desempeno los cargos de Secretario en los Despachos de Instruccion Publica y Justicia, y tomó asiento como Diputado en La Asamblea Centroamericana reunida en Managua, Nicaragua, que votó la Constitución Federal del 1898.

Se suicido a los treinta y cuatro años de edad en su ciudad natal Juticalpa, el 5 de abril de 1903. Dejó tres libros inéditos: <<Primaverales>> y <<Ultimos Versos>>.
 Jose Antonio Dominguez representa con Juan Ramon Molina  la epoca luminosa de nuestras letras.






Arita, C.M. (1961).